Llegaron y se quedaron. Reunieronse en Lavapiés, conspiraron como los militares de la Operación Galaxia tratando los pormenores de un exquisito plan de márketing y se lanzaron a las europeas. Y ganaron. Sí, ganaron.
Porque a pesar de tener pocos eurodiputados, robaron votos y amenazaron la hegemonía bipartidista con un hambre revolucionaria voraz.¿Pero quiénes son? ¿De dónde surgieron los
podemosistas y cómo llegaron a alzanzar tanta notoriedad y éxito en tan poco tiempo, siendo la política española tan rancia?
A pesar de renegar de los personalismos, estas personas decidieron lanzar una campaña con rostros claros y cristalinos. Déjenme decir que precisamente por renunciar a la transversalidad gregaria del 15-M que les dio forma, esta primitiva fuerza política consiguió bautizarse en sociedad. Y se apuntaron a los europeas. A través de las redes sociales inundaron la sociedad con sus nuevas ideas y planteamientos. Pero el carácter amateur de dicha gestión, que acercó sobre todo Twitter a muchos posibles votantes, unido al hastío clásico de la actual España en cuanto a las hienas que ocupan sus instituciones públicas, lanzó el primer cohete espacial directo al postbipartidismo. La colonización aún no había empezado, pero las rosas de la estación norte y las gaviotas de la estación sur, de espaldas e incapaces de contemplar el estercolero que dejaban a sus espaldas, miraban la astronave acercarse suspirando, arrogantes: «¡Ten por seguro que se estrellará!».
Y cuando Arias Cañete pseudo-ganó las elecciones europeas, Pablo Iglesias se quitó el sombrero y el chal y entró en el plató de televisión. Arropado por su tropa de simpatizantes, habló a varias televisiones la misma noche en que insignificantes números de escaños obtenidos por freaks politólogos -así los despreciaban y desprecian-, pasaron a significar, increíblemente, mucho más que simples números. ¿Era cierto, entonces, que el régimen del 78, así llamado, se estaba desquebrajando y podían tomar partido en las decisiones del porvenir? Aquéllo fue el comienzo de un albor. Pero inmediamente surgió una campaña de desprestigio y pánico por parte de las filas del Partido Popular (principalmente, aunque también la hubo mínimamente por parte del PSOE).
¿Populista? ¿Filoetarra? ¿Filochavista? Las críticas a Podemos son continuas. Sorprende no tanto la carencia de fundamento de algunas, sino los ríos de tinta que se emplean en advertir de su hipotéticas decisiones. No es insulso indicar que la mejor campaña promocial del partido la ha realizado el Partido Popular, pues ha llenado la prensa de titulares avisando del terror que se avecina por parte de el-de-la-coleta-que-no-puede-ser-nombrado y ha acabado dando validez y poder a una fuerza política que, elecciones europeas aparte, y también, ciertamente, no ha gobernado ningún ayuntamiento o comunidad autónoma. Podemos no ha tocado aún la mesa política con sus dedos suaves de biblioteca universitaria; se tacha a un fantasma en esta táctica, y sin embargo, se le da un cuerpo y un arma a dicho espectro; se le vivifica. Cabe preguntarse si, de no haber habido esa campaña de desprestigio popular, el partido de Iglesias (el nuevo) hubiera alcanzado ese estadio de prólogo de revolución social. ¡Jesús, si parece que ya figura en los libros de historia, -perdonad el vocativo; me refería a Cristo y no al otro-, y que lleva en política siglos cuando es un partido con menos de un año de vida!
Bueno, Guillermo, me sorprende que vayas a votarle. Para nada pienso apoyar a ese sindicato de estudiantes de letras con carteles de Che Guevara y círculos políticos como organización microsocial para cada segmento de población (mileuristas, estudiantes, homeópatas, jubilados, amantes de animales, etc.), con reminiscencias a un mayo del 68 lejano tratcheriano, pero, éso sí, Ipads, literatura posmodernistas y jerga marxista moderna. Pero no dejo de preguntarme por qué debería votar a otros partidos que puedan ofrecerme alternativas, cuando la experiencia demuestra que el tópico de que todos son iguales parece efectivamente verdadero. Y aquí llegamos al quid de lo que quería decir:
Que sin duda esta legislatura me ha demostrado que la desafección es sin duda la postura más posible ante este paraje nauseabundo; todos y cada uno de los partidos, con todos sus órganos, todas sus estructuras y todas sus personas detrás de los logos, son, sin excepción, cómplices, activos o pasivos, por maldad o por, oh, estupidez, de este sistema anquilosado heredado de viejos; que no hay ninguna institución limpia y pura en la que confiar en este país; que, de vivir cívicamente, España sólo vale la pena para rodearse de indiviudos, tragicómicos ya, mientras el subsidio de desempleo se esfuma como el humo de las alcantarillas de Vallecas enfilando entre las colas de gente del INEM; que somos buena gente, gente tonta, pues en otros países ésto habría sido ya un alzamiento robersperiano justo y necesario; que, ¡por supuesto!, ni sindicatos ni empresarios, ni fuerzas políticas nacionales o supranacionales nos son útiles ahora, y en lugar de desfilar uno por uno al Congreso de los Diputados para proteger día-sí-día-tambíen, como deberían, los interes ciudadanos, desfilan hacia la Audiencia Nacional, en un espectáculo esperpéntico sólo superado por la fría tranquilidad e indiferencia de un pueblo que, creo, tiene lo que merece al tutelar la codicia de los bajos hombres que nos gobiernan.
que
Y el catastrofismo me hace ver fantasmas polémicos en el futuro. No veo paz ni mejora en este país. Y a medida que todo vaya a peor, el radicalismo político enfrentará a la viaja guardia con la guardia revolucionaria, todo ello en medio de un cementario laboral, con un paro que no baja; sube.
¿Qué contar, si ya lo vivís?