Se cumple un año del movimiento 15-M.
Qué cantidad de cosas diría ahora sobre este movimiento que hace un año no imaginaría. Sí, me gusta, me agrada... pero la dura y fría realidad me hace verlo con ojos críticos. Tras clases de Antropología con Fuentes no puedo sino ver con otro ojos los vítores de libertad e igualdad que abanderan los indignados en sus frescas manifestaciones. Los perroflautas -que asimilan el nombre con orgullo como señal de lo retrógrados que son sus críticos- se vuelven a organizar para conquistar las calles y exigir lo que no hay. Pero es que, ahora, con unos recortes asfixiantes, una deuda colosal y un gobierno de derechas la reivindicación incluso se ha extendido. Hay más afines al movimiento que nunca. La gente canaliza en este movimiento -de izquierdas, moviemiento político, social y, por ende, político, sin ser óbice ésto de su enorme trascendencia en una sociedad que dormita durante el resto del año- la desazón que les han produdido las elecciones que han pasado. Ni el cambio municipal, ni el regional o estatal -o el andaluz- han cambiado algo en la sociedad. ¿O sí?
A pesar de la marea azul, a pesar del imperio de las gaviotas en el noventa y nueve por ciento de España -de forma legítima, democrática-, el miedo ha hecho al PP perder el feudo más importante del país como es Andalucía. ¿En qué pensaba Rajoy cuando animaba a Arenas a seguir la carrera en el partido autonómico? En realidad, es un chasco lo que ha pasado allí y en Asturias. El voto del recorte ha hecho mella en las urnas populares y el beneplácito absoluto de la sociedad al Partido Popular se merma por cada viernes de reformas.
Mas ¿qué clase de país es el nuestro? Estamos contradiciéndonos. Seguramente, los alemanes no entenderán nuestros vaivenes electorales, el por qué ora somos azules, ora rojos, ora verdes. La población española quería un cambo de gobierno; comprendía que Zapatero había metido la pata hasta el fondo y no había sabido cómo enfrentarse al tsunami del desempleo, y votó al PP otorgándole la corona de la mayoría absoluta. Pero ¿qué ocurrió? El Presidente nuevo pensó que eso significaría un derecho legítimo a reformar aquí y allá lo que no convenía y lo que habían asegurado tocar a lo bestia -pues son mentirosos y corruptos, como todos los políticos, pero sí predecibles-. Sin embargo, el castigo electoral llegó con Andalucía: la gente quiere cambios, quiere esfuerzos, pero no quiere un hacha al sistema social. Así que tenemos a una España partida, que confía en parte en el PP y que en parte tiene grandes feudos aún en el poder del PSOE -Euskadi, Andalucía, tal vez Asturias-.
En este año, pues, han cambiado grandes cosas. Otras no. El 15-M ha perivivido. Tengo que decir, sin embargo, como crítico -pues se critica lo que a uno le interesa-, que sí ha perdido viveza. Vuelve en primavera por el simbolismo del aniversario, por el tiempo, por la fecha, por la política de recortes... Sí, vuelve por eso. Pero el resto del año han sido sólamente un arma contra los desahucios del país. Necesaria, sí, pero en definitivas cuentas se ha desvirtuado.
El mayor error del 15-M es creer que deben ser apolíticos. En parte, eso les ha granjeado la fama que tienen, el cariño de las masas al ver que no sacan provecho, pero el sistema es real, y a no ser que se constituyan como entidad y maduren -sí, maduren y se tornen algo tangible y no una idea utópica ciertamente inmadura, que no estúpida o inmotivada- la gesta que cometieron hace un año pasará a ser una anécdota de la burguesía de izquierdas que escriba los libros de historia para los alumnos de la ESO de tres años que Werb planea.
Si toda la política apesta, el hedor del 15-M es gustoso, necesario. Que continúe. No le votaría, pero me gustaría que siguiese haciendo pensar a la gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario