Reelegido el más popular de los americanos (quizá de toda la historia), ha caído consecuentamente el candidato republicano, Mitt Romney. Con más apoyo que hace cuatro años, el nieto de keniatas se enfrenta a un país dividido, con una política internacional con fuerte dependencia a su volición, con el llamado precipicio fiscal asomando por la esquina de la legislatura.
Oriundo de Chicago, Obama es una figura sociológica, un mainstream, una figura cultural, una leyenda. ¿Quién no le conoce? ¿Quién no se alegró -o se alegra- de su llegada? Es obviamente carismático, en todos los sentidos: su dicción es de perfecto político; tiene ideas, las plantea con coherencia y las defiende con entusiasmo. Es enfático, moderno, carismático; el vecino que siempre querrías. Por si fuera poco, además de atraer a los extranjeros con su negritud, su mujer atrae como un imán del voto femenino: no ha sido pasiva en la lucha por la Casa Blanca; es más, ha sido un aliciente para las mujeres norteamericanas ver a esa mujer defendiendo el ejercicio físico entre niños, el consumo de verduras, o siendo paradigmático su romance con el presidente. Obama es por tanto un animal político, el prototipo de bienaventurado y laborioso hijo de extranjeros cuyo trabajo le ha llevado a la cima. Es el sueño americano con patas; y se vende de perlas.
¿Qué ha sido del otro gran bando? Mitt Romney ha caído. No ha calado hondo en los decepcionados por el paso del 'Yes, we can'. Es arcaico todavía su partido reacio a los homosexuales, los anticonceptivos, la marihuana... El prototipo de republicano es anciano, hombre blanco, estadísticamente. Y el voto hispano, que esperaba ser una palmada en la espalda, se ha volcado con los demócratas.
De nuevo el personalismo se ha impuesto. Se ha dado una oportunidad más a Obama, se ha preferido su visión de futuro, su juventud, su dinamismo. El partido de Bush se enfrenta a un Watergate, a una depuracion de cabezas (impensable ésto en España). Van a rodar grandes cabezas: en el gobierno norteamericano (Clinton se va) y en la jefatura del partido que debe oponerse.
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