Hugo Chávez ha muerto dejando un legado histórico de retórica revolucionaria impecable: Venezuela y Latinoamérica se han visto convertidos en hegemonías del centro-izquierda y ocupan un lugar en el mapa tras el tándem Cuba-Venezuela. Ahora con la muerte del comandante, se abre la vía para un chavismo sin Chávez. Ojalá no fuera ni chavismo.
El populismo siempre es perjudicial para un país, sea de izquierdas o de derechas, y negar que el gobierno de ese hombre fue tal, sería traicionar a la verdad. Con sus expropiaciones, sus subidas de impuestos, su indiferencia para con la inflación y la violencia, además de con su reducción de la pobreza y aumento de la escolarización pasa a la historia como un dilema, como una duda, como un héroe o un traidor. Yo insisto: con sus más de diez años de gobierno no quiero insinuar que no hiciera nada bien; lo que afirmo sin embargo es que los venezolanos le han dado demasiadas oportunidades al protagonista de 'Alo presidente', tras sucesivas legislaturas en las que se ha tornado un cacique, un déspota y un arrogante amante del control y el poder. No dudo de sus intenciones benechoras -que tampoco defiendo-, pero sí de su papel como estadista, largoplacista, funcionario de la maquinaria social de una nación -o Patria, como gusta decir, con un pastoso vocativo que recuerda a los discursos del XIX con pasión por la cuna de nuestro pueblo-.
No pudo tomar el poder el jefe, pero tampoco se recuperó de su enfermedad. Incluso con un pie en la tumba se atrevía a soltar disparates: alentó a creer que su enfermedad podía ser causa de unos fantasmagóricos EE. UU. , y dejó los cabos atados para que uno de sus seguidores escogido a dedo heredera el timón de lo que llaman "Revolución bolivariana". Ahora que está muerto, sigue siendo mágica su figura: se cree que es un santo, un Simón Bolívar nacido en el siglo de la Guerra Fría, algo místico y trancendental que supera a la mediocridad de naciones. Cuan Mesías, se supone que se presentó al candidato Maduro en forma de ave pequeña domesticada, dándole permiso para sustituirle en la maquinaria socialista. ¡Qué ingenuos los venezolanos que esperaban una resurreción apoteósica del líder!
Ahora Venezuela, esa curiosa nación morena de grandes pechos que son el petróleo y el poderoso estado vigilante, luce vestimentas y gorras con la bandera de su patria. Curioso nacionalismo el de ese país chiquito, que se honra en haber sido en su momento uno de los primeros en independizarse del malvado Imperio de los españoles. Con chándal y a grito pelado, los dirigente de los principales partidos de Venezuela luchan por hacer suya la lujosa bandera, sus colores latinos de amanecer de una clase media atormentada por una violencia importante, pero la patria del difunto Chávez está más dividida que nunca. ¿El motivo? Apostaría a la falta de miras de Estado del propio Chávez, que centralizó toda la carga institucional de la democracia en su partido y dejó obsoleta a la oposición. A veces lo comparo con Lula -alejado de la política, aún más humilde que Chávez, ahora acuciado por demandas de corrupción- y veo lo que uno fue y el otro no pudo ser. Y me alegro.
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