Explicar el origen del universo y la infancia de un niño, influenciada ésta última por la delicadeza de la madre y la rudeza del padre, éste es el argumento de la famosa El árbol de la vida. Una basofia. Una mentira.
Si el cine bueno, de calidad, va por este camino, apaga y vámonos: la historia es radicalmente absurda, sin un ápice de veracidad. Lo que lo centra son las escenas de cuadro, fotografías y vídeos espectaculares de cataratas, de selvas, de estepas heladas y de un espacio primitivo anterior y paralelo al Big Bang. ¿Cómo resumir la película? Es un conglomerado de flashes del pasado y del futuro de un niño, con planos extraños, junto a imágenes del mundo y del universo y citas bíblicas y apelaciones a Dios como susurros. Vamos, una parodia del cine artístico típicamente incomprendido de los que se dan por entendidos.
Si argüimos que se trata de una película visionaria preocupada más por cómo se dice en lugar de qué se dice, esto es, netamente estética y nada argumental, podemos salvar por poco esta patochada de arte modernista que si bien bonito no te llega a conmover. Soy de los que piensan que el arte debe tener un mínimo de sentido para cautivar. Incluso la buena poesía guarda cierta racionalidad, cierta magia que entiendes, y no es arbitraria.
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