Con España cayéndose a pedazos y las papeletas internacionales apuntando a un rescate europeo en ciernes, las prioridades del mundo civilizado son financieras. Han dejado de lado hace mucho tiempo a la política, por no hablar de los derechos humanos. Sin embargo, nuestra vergüenza nos persigue. Somos ratas que sólo salvamos vidas cuando el flujo de oro negro amenaza con cortarse. Francia fue la primera en mojarse y apostar por unos rebeldes, los libios, que seguramente tomarían el control de las refinerías libias y quiso asegurarse la amistad del pueblo rebelde arriesgándolo todo por un moviento de ajedrez que acabó en una intervención militar.
Siria, por contra, siguió en su batalla campal. Y lejos de calmarse los ánimos, ha empeorado la situación. El dictador apreta y ahoga a su pueblo y la dignidad del pueblo europeo -otrora libertario, humano, qué se yo, hasta civilizado- es apenas una mierda entre los cadáveres de los niños que Al Assad asesina mediante bombardeos impersonales.
La hipocresía de la sociedad es ardiente en su ironía. Al salirse de los labios de los revolucionarios, se torna ácida y corrosiva, pues es una verdad tan dura que quema, que duele, que asquea. La mujer del dictador sonríe en la fecha del referéndum del país. Es una de las pocas mujeres vendidas a la plata de Occidente. Lejos de ser la madre del pueblo y defensora de los desvalidos, se escuda detrás de su hombre, comprando más de Europa y menos corazones de su pueblo.
La guerra civil es una realidad ya en Siria. Los términos no son importantes. ¿Cúando dejó de ser un conflicto para constituir una auténtica carnicería? ¿Cúando Reino Unido abandonó su propósito de paz en el las zonas árabes y se dejó a merced de los titulares de prensa? Desgracidamente, funcionamos así. Y los anglosajones, más aún. A base de bombas se gana la guerra en Kabul; en Londes, sin embargo, un buen titular y una huelga de odio en Twitter son suficientes para derribar no gobiernos, pero sí ministros y medidas. En las últimas jornadas de hecho, Dilma Rouseff ha echado atrás parte de su proyecto de ley de tema amazónico por las presiones internas y externas -hasta el propio Forges, de El País, o creo que otro hacedor de viñetas-. Dilma, una mujer dura como el acero, que se mantiene en la tormenta -pues ella suele tener parte de bomba, es decir, ella es el ojo de la tormenta porque la controla-, tuvo que vetar in extremis parte de la nueva ley de su partido.
El poder de las masas es poderoso. Y sin embargo, Siria nunca será una prioridad.
1 comentario:
Lo he leído ya dos veces, y cada vez me gusta más. No me sale más que ecir que, ¡muy bueno!
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