¿Merece la pena defender los derechos de los animales? ¿Vale la noción de derecho para una criatura que no es humana? ¿Se puede defender de igual forma un animal doméstico que uno salvaje? ¿Son legítimas las corridas de toros en las que se sacrifica al animal?
Parece repugnarnos el ensañamiendo de algunas personas con los animales, y parece despertar en nosotros nociones extrañas. Obviamente consideramos grotesto ese tipo de conducta, pero hay que preguntarse si el porqué es meramente estético -o sea, no nos importa el sufrimiento de esos animales, sino verlo-, o si de verdad tenemos voluntad política de defender mediante leyes a un colectivo que precisamente no forma parte de la sociedad: y es que promover la defensa de montes o ríos no es lo mismo que defender mediante leyes a animales. Los animales se reproducen, se mueven, cazan, matan y son matados; o sea, son activos; mientras que los accidentes geográficos están ahí. De alguna forma, defender al lobo ibérico es responsabilizarse de las pérdidas de los ganaderos gallegos que ven cómo sus ovejas sufren ataques de estas criaturas, pero tambiés es responsabilizarse de su extinción, o sea, de la inacción o de la mala actuación nuestra que deriva en la extinción de un raza.
Pero la noción de ser no humano es importante: defendemos paradógicamente esos seres, siempre teniendo en cuenta que los hombres, las personas, están por encima de los otros seres en dignidad -ética, o sea, derechos, obligaciones, etc...-. Y sin embargo, los defendemos. Parece que vemos en ellos una versión nuestra. No son sólo los perros y gatos. También nos vemos reflejados en los orangutanes, en los delfines y en los leones. ¿La razón? La sensibilidad de ellos es también nuestra. A veces olvidamos que aunque científicos, poetas y burócratas, las personas también gustan de correr, comer, descansar y copular. Los animales sienten esos placeres y esos dolores, y tal vez -me parece recordar que así lo dice Peter Singer- ésa es la razón de la apología del derecho animal: sienten los animales como nosotros; por tanto, no le demos dolor. Pero la cuestión no es aquélla. No se trata sino de no provocarles dolor innecesario: parece utópico, siguiendo la máxima de la sensibilidad compartida, proponer la abolición de nuestra alimentación carnívora: no somos así, pero sí podemos evitar los males innecesarios, la crueldad, en fin, que disfruta sin razón alguna.
Pero incluso justificada, la matanza de animales nos horroriza. Incluso poseyendo un fin, vemos sangre y la muerte horrible de reses en mataderos y pensamos en la barbaridad que está haciendo el hombre, evocando tiempos peores, y asociando la violencia y la truculencia al mal absoluto. ¿Relativizable? Hay quien dice que matar es matar, sin paliativos. Intoxicar a un animal, cortarle el cuello o sencillamente ahogarlo son formas que conducen a lo mismo: a la muerte del mismo. Y eso es así y no cambiará. Frente a esta crueldad -arguyendo las penosas condiciones de vida que sobrellevan- los vegetarianos ganan peso.
En cualquier caso, sea necesaria o no la carnicería -puede dudarse de su una dieta no carnívora satisfaga energéticamente lo mismo que una carnívora- el daño gratuito es lo que hay que evitar. ¿Pero por qué? No hay razones para evitarlo si tenemos en cuenta estrictamente hablando que no son personas, pero es que el hombre puede elegir, y no es arbitrario en sus acciones -pegar a un perro o acariciarlo es igualmente legítimo, y sin embargo es reprobable la violencia gratuita, no así la autodefensa-.
Para acabar, como ápice de intelectualismo petulante, quiero recordar a Gandhi, que decía que una sociedad se mide por cómo trata a sus animales. Yo diría más bien bien que una sociedad se mide moralmente por cómo los trata cuando no hay imperiosa necesidad de elegir entre ellos y nosotros. Por tanto, deberían elevarse las penas para todo delito infantil de autosatisfacción gore respecto a los animales: si somos civilizados, defendamos lo que nos hace civilizados.
En cualquier caso, sea necesaria o no la carnicería -puede dudarse de su una dieta no carnívora satisfaga energéticamente lo mismo que una carnívora- el daño gratuito es lo que hay que evitar. ¿Pero por qué? No hay razones para evitarlo si tenemos en cuenta estrictamente hablando que no son personas, pero es que el hombre puede elegir, y no es arbitrario en sus acciones -pegar a un perro o acariciarlo es igualmente legítimo, y sin embargo es reprobable la violencia gratuita, no así la autodefensa-.
Para acabar, como ápice de intelectualismo petulante, quiero recordar a Gandhi, que decía que una sociedad se mide por cómo trata a sus animales. Yo diría más bien bien que una sociedad se mide moralmente por cómo los trata cuando no hay imperiosa necesidad de elegir entre ellos y nosotros. Por tanto, deberían elevarse las penas para todo delito infantil de autosatisfacción gore respecto a los animales: si somos civilizados, defendamos lo que nos hace civilizados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario