Antes de empezar tengo que decir algo: odio a los cursis que con fotos retocadas de la capital británica afirman ser naturales de esa urbe, como si lo "sintieran", eso, una suerte de identificación patriótica, más bien estética, con esa la que fue prostíbulo de Enrique VIII.
A lo que iba: he hecho un viaje de un mes a esa ciudad y he tenido que volver antes de lo previsto por motivos económicos. En esta ocasion no ha sido culpa mía, y tampoco puedo echar la bronca a nadie, pues quienes me lo financiaron -mis padres- no tenían más remedio. Me ha servido para darme cuenta de la mierda de inglés que sé y para ver otros veranos menos calurosos que el hispano. Frente al infierno tórrido peninsular, he visto un verano vasco elevado a tres, con anticiclones tan usuales como autobuses rojos.
Londres está constituido por un cincuenta por ciento de extranjeros: negros, indios, pakistaníes, herederos del imperio británico supuestamente beneficiados de la Commonwealth. Imaginárselo a día de hoy como una nido de pijos arios es ciertamente irreal. Sin embargo, es obvio que étnicamente los británicos profundos son diferentes de los latinos. Pero más que en lo físico -que también-, tienen diferencias culturas abismales, y otras cosas no tan extañas.Empezando por el modo de hablar, debo decir que ningún británico me habló mal en ningún momento. Seas extranjero o de cualquier otro lugar siempre eres bien recibido y tratado por estos en las calles cuando tienes alguna duda. Su modo de contestar educadamente o políticamente, a veces frío, pero siempre cordial y atento, alegra mucho al turista que tiene miedo de perderse -¡cómo para no, con ese monstruo de mapa de metro que tienen!-. Eso lo pongo en puntos en común porque los españoles tenemos fama de ser cordiales y buenos con todos los que nos visitan. También hay que decir que hay mucho hispanohablante, por no decir directamente español: de los hablantes de la lengua de Cervantes, nosotros somos los únicos que tenemos nacionalidad europea, luego es normal que seamos más en este país. Sin embargo, para qué mentir: Londres está plagada de españoles licenciados y jóvenes que huyen de la masacre intelectual, educativa y científica, que sufrimos. Por no hablar del desempleo, claro está...
Ahora las diferencias: los días en Londres son cortos como suspiros. A las seis todo empieza a cerrar, y a las siete los negocios están limpiándose pero con las puertas más que cerradas. Ir por una calle un lunes a las nueve equivale a salir en España a las cuatro de la mañana entre semana. La ausencia se palpa. Ni punto de comparación. Respecto al contacto físico hay que decir que los herederos del Imperio Romano somos habituales de darnos la mano y besarnos, tradición que en Londres no es tan habitual, y menos con londinenses extranjeros -jamás deis dos besos a una chica eslovena, pues puede odiarte de por vida-. La cultura anglosajona gusta mucho del trabajo, pues para ellos es la base de la vida: para la mayoría de los británicos un trabajo termina unas horas antes de la tarde que en España, por ejemplo. La razón de esta diferencia es que la sustancial mayoría viaja a la capital en transporte público y necesita llegar a casa a una hora sana -las nueve, por ejemplo-. De todas formas, no es solo eso: en Reino Unido la cultura general impone a los trabajadores la obligación moral de la eficiencia. Si no trabajas bien, no eres un buen ciudadano (y ciudadano y trabajador son las dos caras de la misma moneda). Basta mencionar la curiosidad de los aposentados: cualquiera que no trabaje, que cobre el desempleo, que sea un vago o un maleante en jerga franquista, tiene que avisarlo cuando opte por un trabajo. ¡Tienen mucha mala fama!
Una vez unos españoles que conocía en un Burger King me dijeron que lo bueno de esta ciudad es que puede ofrecerte lo que tú le des: es cierto. Pero también dijeron que si no te cuidas, la ciudad puede comerte. Es demasiado frenética, demasiado activa. En cualquier caso, no quería hacer de esta entrada una crónica de mi viaje. Más bien quería criticar a esos individuos que simplifican lugares tan plurales como son esta ciudad: ni es tan mala como las peores imágenes cubanas, rusas o norcoreanas del neoliberalismo ni es tan buena como los fotogramas de Instagram edulcarados y vomitivos de adolescentes cursis.
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