Lineas ParaRelas Es una falta de ortografía con patas.

sábado, 8 de febrero de 2014

Heducación

Licencias soeces aparte, la cosa es que la ecuación es clara: la educación es importante (siempre), pero en democracia es su condición de posibilidad. Pedagogía y política son las dos caras del sistema democrático: si son los ciudadanos quienes gobiernan y gobernarán el Estado, la educación de éstos es la clave del sistema. La educación es el remedio a las diferencias económicas y a las diferencias en general. El supuesto de que todos los hombres son iguales toca aquí su máxima expresión; y es que todos los hombres son iguales, entre otras cosas, pueden aprender por iguales. Tocamos madera. Sentimos un alivio. No es palabrería; es un hecho. Nos dicen que valemos igual, que nuestro voto es contado, que hay igualdad. El hecho es que el profesor es que el primer ciudadanos en darse cuenta en que el chico porreta de quince años, el estudiante chino que balbucea palabras, la adolescente preñada o el homosexual acosado, todos éstos tienen la misma capacidad intelectual. Las diferencias entre ellos son mínimas y en torno a cómo aprenden, pero es indiscutible que todos pueden aprender. 
 
La democracia empieza en la escuela. La democracia empieza en la escuela porque la escuela enseña que la sociedad es diversa, también que todos tienen capacidades intelectuales, y por último, que todos tienen igualdad de oportunidades. No estoy haciendo apología de la educación en valores democráticos (es más, al contrario), sino en constatar que la democracia implica educación y viceversa. Ojo: no hago un juicio moral, sino una observación objetiva. No digo ni creo que la diversidad social sea lo mejor para la sociedad, sino que la diversidad es esencial en la sociedad. No es un deseo, es un hecho (muchos puritanos amantes de sus hijos no entienden esta distinción entre ser y deber ser, entre lo que hay y lo que debería haber).
Ocurre, sin embargo, que no porque la escuela se cordine de manera democrática o enseñe valores democráticos, sino porque ejemplifica las diferentes multiplicidades de la sociedad. La sociedad no es un cúmulo de varones, un cúmulo de mujeres, un cúmulo de morenos y rubios, de gente de matemáticas o de griego clásico... sino el conjunto de ello.

De esto se deriva, primero, que la sociedad es heterogénea, y segundo, que toda educación que quiera evitar la heterogeneidad de sus alumnos perjudica a dichos alumnos (los aleja de la realidad). El juicio moral es claro: vivir juntos es mejor que vivir separados, ergo estudiar juntos es mejor que vivir separados; o mejor, no mezclados. De aquí que la educación que se organiza por sexos es un error. Ocurre, sin embargo, que respetamos la voluntad de los padres que así desean educar a sus hijos. Respetar la voluntad democrática es pues lo que fomenta la educación en democracia (qué es eso, primera pregunta)... Y primer error.

Primera clase de filosofía de primero de Bachillerato. Son las ocho y media de la mañana en un barrio obrero de Madrid capital. Adolescentes hormonados entran en clase. Ignoran mucho y creen saber demasiado. Muchos duermen aún. Empieza la clase: no se trata de una asamblea de estudiantes que preguntan sus dudas arbitrarias al profesor, sino de una autoridad intelectual que da su versión de los hechos y obliga a sus estudiantes a comprenderla, memorizarla y exponerla. En otras palabras: la realidad es que la educación es un proceso antidemocrático en que una autoridad dictatorial fuerza a que cierto contenido sea asimilado. Los chavales no charlan con el profesor, sino que lo copian; aprenden de él. El divorcio entre democracia y educación parece incuestionable.

Si bien un buen profesor se caracteriza por no saber exclusivamente, sino comprender, explicar, simplificar y evaluar, la realidad es simple: la autoridad intelectual supera a la autoridad democrática. El criterio democrático no vale siempre, al igual que la democracia no vale siempre. Al médico no se le juzga ni se cuestionan sus decisiones; él es el docto, el entendido. En cambio, el profesor es menospreciado y juzgado de todas las formas posibles. Además, su campo, la pedagogía, es embestida por la sociedad. Queremos democratizar la educación (cuando jamás ha sido democrática, al igual que la economía, la sanidad o el deporte). ¿Por qué? Porque queremos democratizarlo todo.

Tras la II Guerra Mundial vivimos tiempos de democratización primaveral, una adolescencia política que lejos está de culminar. Con la caída de los fascismos y de la URSS se abraza el conservadurismo, el liberalismo y la socialdemocracia y se impone el pánico a regresar al pasado: todo sistema político deberá ser democrático; las comunidades internacionales los apoyarán, fomentarán, educarán, expandirán... hasta conseguir que las voluntades populares se organicen en ese sistema. Más allá de si éso funcionó (no lo ha hecho, pues grandes regímenes políticos actuales son dictatoriales), sí funcionó para dogmatizar la democracia. La democracia en toda discusión se da por hecho como mejor sistema, al igual que la Tierra no es plana o que dos más dos es cuatro.

Educar no es exponer, sino explicar. El profesor es historiador y filósofo, porque explica por qué suceden las cosas y en qué medida se relacionan unas cosas con otras. A este respecto, el profesor no puede educar en valores, sino explicarlos. No puede hacer memorizar el amor, la dignidad, la tolerancia, sino explicar ética, derecho, historia y geopolítica. Porque el profesor no es un clérigo que da a sus chicos verdades absolutas, sino genealogías. Incluso el profesor de matemáticas debe enseñar la realidad allende sus teoremas. No me refiero ni siquiera a la practicidad de las matemáticas, sino a su comprensión total con otros saberes, como la física, la economía o incluso la literatura: el profesor puede (intentar) hablar de todo a sus alumnos. Es su obligación.

 El profesor puede enseñar moral, pero como filósofo moral: éste no te educa en amor, sino en entener el amor. La diferencia entre un buen profesor y un mal profesor recae en la objetividad didáctica (no exenta de juicios personales), en su interés por el alumno, en su evaluación personal, objetiva, clara y justa y en su, finalmente, interés personal y no meramente académico por el alumno. La parajoja es que no hay interés más importante respecto a un alumno que el interés por sus conocimientos. No hay nadie que haga más favor a un adolescente que un maestro; su entrega jamás será pagada suficientemente. El profesor, aun cobrando, trabaja altruistamente al condenarse en una paternidad perpetua que nadie (excepto el mismo y su alumnos) le agradecerán suficientemente.

Y este batiburrillo mezclado se publica. Echadme a los leones si veis contradicciones.

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