La ciencia-ficción echa para atrás. Es la hija fea de una literatura monotemática como la oficial actual. Ningún escritor de fantasía o ciencia-ficción es nominado al Nobel; a lo sumo, un escritor de realismo mágico o de realismo ingenuo y poético (semejante a lo primero). Sucede que había oído buenas críticas de Orson Scott Card de la mismísima Laura Gallego y de otros conocidos, y como tuve una buena experiencia con Canción de hielo y fuego (antes de la serie, malpensados), le di una oportunidad a El Juego de Ender y a su continuación, La voz de los muertos.
El primero tiene una película; el segundo, por fortuna, no. Es una obrita no muy largo, profunda, tanto por forma como por contenido, en cuanto a qué dice y cómo lo dice, ligera, rápida, plagada de diálogos y escenas cortas pero intensas. En un futuro incierto la humanidad se enfrenta a la venganza de una especie alienígena con la que combatimos antaño y que ha regresado. El ejército con el que se combate lo encabezan niños superdotados. El protagonista sufrirá un entrenamiento en dicho ejército para convertirse en un miembro importante de dicha armada. Lo original del planteamiento es la creación ex nihilo de un universo nuevo, con importantes normas no ya tecnológicas, sino políticas. El universo de Card es un retablo de geopolítica elevada al cuadrado, con dosis de ética y teoría de juegos, además de teología. Los infantes, además, no son niñitos: son soldados con sus tribulaciones, sin renunciar a su niñez. Pero tampoco se renuncia a los adultos, ni a los familiares lejanos del protagonista: la combinación de tantas personalidades y de unos enemigos misteriosos y sumamente interesantes como son la raza insectora a la que se enfrentan crean una trama sutil, compleja y metafórica de juegos de poleas de espías y material bélico a cascoporro. Por añadir, diría que lo mejor del libro no es el propio Ender (que también es interesante), sino sus hermanos, ese triángulo freudiano de bien blanco, mal negro y humanidad gris intermedia que es la joya de la corona.
Pero su segunda parte no envidia nada a El juego de Ender. La voz de la muertos renuncia a las naves espaciales y a la guerra para especular sobre antropología, religión y relaciones humanas. Un auténtico melodrama se abre en este libro, pero melodrama para bien. A éso le sumamos una nueva raza alienígena y un nuevo Ender, mutado en un hombre nuevo, y tenemos una segunda parte increíble, que mejora en cada capítulo hasta un final anticlimático, pero justo, equánime, de calidad.
Orson Scott Card, mormón estadounidense extremista, tiene en su haber premios de ciencia-ficción (tantos, que le salen por las orejas). Su saga tiene muchas partes, y hasta subsagas, pero las dos primeras son mayúsculas.
2 comentarios:
Perdona, pero si no se otorgan nobeles a la ciencia ficción, no es cuestión de ninguneo, es cuestión de que no lo merece.
Todas las obras que ganan suelen ser realistas o históricas. No digo que en concreto Orson Scott Card lo merezca, sino que el género en general está infravalorado. Jamás una obra de ciencia-ficción ha tenido una historia editorial de ventas semejante a un best-seller actual. A lo sumo, Canción de Hielo y Fuego.
PZ.
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