Cojo el trozo de tierra del suelo y lo aprieto contra mis dedos. Se me resbala entre ellos como gelatina parda y cae al suelo. Me he vuelto a equivocar, sólo se trataba de tierra…
Desactivo el modo infrarrojo y miro la ruina de aquel edificio. Luego, bajo la mirada poco a poco hasta ver el lugar donde converge un fino río de luz solar caído del techo medio roto con un pequeño goteo de una tubería cercana.
Allí podría haber crecido una planta, podría haber dado fruto y, a grandes rasgos, haber vivido.
Podría haberlo hecho si se lo hubiésemos permitido.
Suspiro denotando mi resignación y me alejo del barrio y del edificio donde estaba buscando un resquicio de vida dando una vuelta. Toco con mi dedo índice un pequeño orificio de mi casco gravitatorio y activo un botón de dentro de él. El campo de visión de mi casco se torna violeta como si, en lugar de estar viendo las ruinas de una ciudad, estuviera jugando en un videojuego futurista cuyas imágenes estuvieran embalsamadas en una superficie color vino.
Desconecto los rayos X de mi traje y vuelvo a la base.
Sé que debo mantener la esperanza, pero soñaba con encontrar algo, no sé, me había hecho ilusiones de despertarme hoy en un mundo mejor ya que hoy que es mi cumpleaños y ya que hoy que es mi primer turno diario en ser un Buscador, algo que a mi padre le hubiese enorgullecido.
Y nada…He fracasado.
Vuelvo a casa, sin ganas. La monotonía allí es insufrible, ahora no es como antes, llegas a casa y no haces otra cosa sino ver la televisión y acostarte, porque tienes terminantemente prohibido salir del edificio. Cuando era pequeño, me mordía la curiosidad de saber qué había en la ciudad que tan peligrosa la convertía.
Ahora lo sé.
La contaminación ha avanzado tanto que no podemos estar al aire libre, disfrutar del milagro de la naturaleza.
Muchos se han ido a La Parte Limpia, y los que se han quedado tienen que soportar el día a día de no salir de allí nunca. Sólo los Buscadores, uno al día, salen en busca de indicios de recuperación biológica y para cambiar las baterías de los generadores de oxígeno que ponemos en las ventanas y que evitan que cualquier hermoso rayo de sol en su estado puro entre en casa.
Llego a la base y miro la enorme pared de aparente hormigón que se alza sobre mí. En su entrada, a la derecha, hay una pequeña cámara que me mira.
—La naturaleza somos todos.
Oigo al ordenador procesar mi contraseña y luego el ojo se torna verde.
Avanzo como un pingüino debido al traje por la sala blanca acolchada que se abre ante mis ojos y me siento en una especie de sillón de aire, blando, cómodo e inestable.
Allí espero quince segundos—contados por mí. —hasta que ocurre algo.
La puerta que conduce a la contaminada ciudad se cierra poco a poco por la orden de algún oficial. Llego a ver algunos trazos de oscuridad que se van apoderando del silencio de la ciudad hasta hacerla nocturna.
Psss…Pss…
La habitación se descomprime y purifica con un ruido sordo y molesto mientras dejo el traje en un armario y me acerco a la puerta.
Ésta se levanta y deja ver un pasillo blanquecino iluminado por luces fosforescentes.
Llego hasta la sala de cámaras y veo a mi amigo.
Va, como siempre, a su propio ritmo, viendo la televisión en su butaca con su tazón de cereales y mirando las cámaras de seguridad del edificio cada cierto tiempo, aprovechando la monotonía para no perder la cordura.
—Hola, ¿qué tal ha ido?
—Psé, no ha pasado nada. Esperaba algo más divertido, a fin de cuentas desde muy pequeño llevo esperando este trabajo y creía que era algo mejor.
Me dejo caer sobre el sillón de al lado de mi compañero y le hago compañía mirando la caja boba.
— ¿Ocurre algo?—me pregunta extrañado.
—Nada.
—Ya encontraremos algo. —Me anima dándome una palmada en la espalda. — La naturaleza se recuperará, tiene la fortuna de que ahora el ser humano sabe lo que NO debe hacer.
—Lo sé, lo sé… —le digo recordando la horrenda vida gris que llevo a causa de los humanos que, antaño, y a sabiendas del mal que hacían a la Tierra, habían podrido este mundo.
—Seguiremos buscando. —me asegura. —Cada mes, cada día, cada segundo, cada vez más. Si algo tiene el ser humano, es paciencia.
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