Qué más da todo... si nos vamos a morir igual.
Si la línea que separa la vida y la muerte es tan delgada que hasta el halo más suave puede romperla, destrozar lo que durante tanto tiempo cultivaste para... nada. Para pasar a ser un cuerpo inerte que se va desintegrando alimentándose del olvido, de la esencia que te denominaba...
Llegará el momento en el que nadie te recuerde, que sólo seas una simple alma en pena que seguirá vagando en el mundo junto a otras tantas ya pasadas a la historia. Una historia en la que ningún nombre está escrito, pasando a ser simples números que contabilizan lo que un día fueron personas de carne y hueso, como nosotros.
Es deprimente pararse a pensar en ello: saber cuál es nuestro destino antes incluso de que haya ocurrido. Morir. Una simple palabra a la que se reduce nuestra existencia; una palabra que, terroríficamente, contiene una gran verdad irreversible. Saber que, dado el momento, no podremos dar marcha atrás es algo que alimenta nuestros miedos, y nosotros, ilusos, queremos luchar contra ello, llenando nuestras vidas de objetos materiales que se desvanecerán con nosotros; crear una vida utópica en la que refugiarnos para no ver la cruda realidad.
Estúpido, ¿verdad? Así somos los seres humanos, el narcisismo nos domina hasta el punto de creer que podemos burlar la muerte cuando llegue la hora. Y el hecho de que la muerte sea el final no significa que sea la cosa que con más ahínco debamos sortear.
¿Final de un principio? ¿Principio de otra vida? No, no me cuenten historias. La muerte es el fin de los fines, el fin de nuestra existencia mezquina y, mirándolo por el lado positivo, el fin del sufrimiento. ¿De veras alguien preferiría la muerte a la vida, la nada al todo, el subsuelo al cielo? ¿No merece la pena, acaso, soportar el gran peso que la vida supone multiplicado por un millón con tal de respirar un segundo más?
Pero, lamentablemente, no hay nada que hacer. Vivimos para morir, y moriremos por vivir. Y no, esto no es una actitud de poeta maldito, creo. Esto, señores, es la realidad. Esa en la que, si pinchas al pobre o al rico, les duele por igual. Y la misma en la que vivir no es simplemente interaccionar con el alrededor, no es solo escuchar latir a tu corazón, no es únicamente oírte respirar, aunque esto sea lo que pensemos.
“Polvo somos y en polvo nos convertiremos”.
1 comentario:
Si eso es todo, suicidémonos :)
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