El gore es aburrido si no es otra cosa que continuos ríos de sangre y vísceras. ¿Qué placer hay en ver esas desagradables escenas de dolor y animalidad? Sin embargo, Saw no es tan desagradable como pensaba; es más bien una sensación de desasosiego y artificialidad lo que impregna la película, con ese baño roñoso, mohoso y cavernoso como palacio de torturas, y con personas desesperadas que sufren algo parecido al infierno más clásico.
Es interesante conocer brevemente la naturaleza del asesino en una película de este género, aunque ésta en concreta sea una mescolanza del género grotesco y policíaco. ¿Se da en este filme esa pequeña profundización en la psicología del malo de turno? Sí. ¿Se profundiza lo suficiente? No.
Los personajes son simples, están caracterizados de forma esquemática y contienen sorpresas para el avance de la historia. Diría que uno de los secretos de Saw es el protagonismo dado a las víctimas de la película, que no es igual con el asesino. Para el homicida se le guarda un tupido velo de misterio y desconocimiento, pero en los desconocidos que yacen moribundos se les da el timón de la película de una forma tan humana y cercana que el espectador interioriza la película y se frusta ante la naturaleza dantesca de la situación.
Tendrá muchos errores, pero el atractivo de Saw es sin duda su guión magnético; no eres capaz de mirar a otro lado durante el transcurso de la película, porque las historias e imagenes, si bien viscosas y ofensivas, son parte de una trama que se revoluciona como una roca cayendo por una ladera, con más fuerza. Con más velocidad. Con más descontrol. Cuando empiezas a verla, es un no parar.
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