Lineas ParaRelas Es una falta de ortografía con patas.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cataluña: ¡No os vayáis! ¡Os queremos!




Existen varios tipos de nacionalismo. Tenemos, por ejemplo, uno unificador y otro segregador. Al contrario de lo que se piensa, el primero tuvo grandes éxitos. No me refiero a la Unión Europea o Estados Unidos, sino al estado alemán e Italia. Estos países nacieron por la campaña de unificación fructífera que tuvieron en el XIX. Ahora, sin embargo, exceptuando casos aislados como la Europa de Durão Barrosso, todos los nacionalistas desean separarse de un conjunto: creen que viven junto a un colectivo del que pueden desprenderse y fácilmente no-indentificarse, o sea, diferenciarse claramente, oponerse, chocar, digamos. Tenemos el caso de Québec, el de Cataluña, el de Sudán y el tibetano, aunque cada uno es claramente diferente del siguiente.

El nacionalismo del Canadá francés es particularmente lingüístico; frente a unas ex-colonias británicas divididas en la tierra del castor por un lado y la patria del tío Sam por otro, tenemos una comunidad francófona supuestamente desarraigada. Económicamente son la parte del país más desarrollada y desean hacerse un hueco e independizarse. Éste es el ejemplo primero y el más importante. Entremos en Cataluña y comparemos: el resto de casos no son tan importantes (Sudán se separó por motivos religiosos y económicos, mientras el Tibet fue "conquistado" por China). Entremos en la Cataluña moderna, pero no obviemos la Cataluña antigua.

Tenemos un parlamento catalán fuertemente independentista. Ahora bien, hemos de analizarlo pormenorizamente. La fuerza anterior en el gobierno del tripartito, el PSC, no tiene una postura clara. Aunque parece que se oponen a la independencia, tienen ferviente fe en la democracia, en una suerte de religión sobre los mecanismos de la sociedad para autoenmendarse (su ingenuidad no acaba ahi: son los resposables de gran parte del nacionalismo actual en Cataluña por culpa de una política de principios volátiles atendiendo al interés puntual y cortoplacista).  Parece que para los socialistas de esta zona no les es suficiente el parlamento tal y como lo tienen como representación de la intención de voto catalana. Ojo a ésto porque es paradójico: al mismo tiempo que el parlamento así como está es una marca indudable de la voluntad política de Cataluña y podría interpretarse por dichos votos y escaños que el pueblo catalán está harto y quiere el divorcio con España; al mismo tiempo que digo esto, hay que tener en cuenta que lo que la gente de normal, el votante de a pie, vota no representa el cien por cien de los deseos políticos de sus representantes. Es decir, que los votos no son cheques en blanco para los políticos. Es decir, matizando aún más, que no todos los votantes de CiU desean separarse de la Península y flotar en el Mediterráneo. Bien, tenemos dos fuerzas políticas más: Ciutadans y el Partido Popular Català. Junto al PSC, divididen lo bastante el arco parlamentario como para poder decir que no está tan clara la posición independentista; es más, que el Parlamento catalán está bastante separado para una cuestión en la que alegan tener un consenso casi angelical o bíblico.

Ahora bien, ¿qué motivos tienen para separarse? Espanya ens roba. ¡Alegan que les robamos! Que el gobierno central les ignora. Que son víctimas de nuestro madricentrismo y cosmpolitismo castellano. Que no sabemos quiénes son los catalanes. Que no les queremos. Bueno, bueno, el argumento económico es algo. Olvidemos las banderas. Olvidémoslas cuanto antes. Afirman dos cosas: que tanto su historia como su cultura y su idioma son diferentes a los del Estado español y que nuestra administración central les está haciendo un expolio general.

Sobre la historia, la lengua y la cultura catalana no se puede tener posiciones diferentes en España. Los antinacionalistas se agolpan en la derecha cavernarias con argumentos de autoridad y ad hominem sobre la corrupción de la Generalitat. Oponiéndome frontalmente a la separación -¡unámonos en la decadencia de nuestro país y entremos juntos en la peseta!-, creo que los argumentos buenos escasean. Se aduce claramente que la ley es la ley, un Dios divino inmortal e intachable e incuestionable -excepto cuando Merkel lo desea-, cuando ésto es ridículo. Pues bien, sobre la cultura catalana diferente no se puede alegar fácilmente. Los juicios sociológicos o filológicos sólo pueden decirnos que lo propio de Cataluña es español en la medida de un marco jurídico y político existente antes de empezar a investigar; o sea, el catalán y el cine catalán es español en la medida en que se exporta, en la medida en que se filma en castellano o en catalán, en la medida en que las costumbres distan del conjunto de España -como si las costumbres de Santander y Grana fueran parecidas-. Y yo digo: ¿y qué? El único argumento eficaz para la separación de un país no es nada de eso, sino la voluntad colectiva y libre de separse (y aún así, ridícula como la riña entre un adolescente y su padre que promete dejar la casa en cuanto tenga mayoría de edad). O sea, si Sevilla desea ser un Estado independiente el único argumento válido para justicarlo es que desea serlo. Es una estupidez, pero es que esta falacia histórica y lingüística lleva a remolinos de discusiones que retrotraen la discusión a antes de la Guerra Civil, ¡y a antes de la República, a los tiempos del Reino de Aragón! Separarse es separarse. Es una justificación en sí misma. Ahora bien, en los tiempos modernos tiene poca utilidad ser menos y no ser más.


Sobre el expolio económico considero que no es verdad. La gran mayoría de las competencias del gobierno de Cataluña son suyas y sólo tuyas. Gozan de un autogobierno regalado por la Constitución y por las sucesivas delegaciones de competencias de los gobiernos (véase Aznar) de la democracia, que lo único que les separa de ser un Estado independiente es el título de Estado y el reconocimiento internacional (que no es moco de pavo). Sanidad, educación, justicia y policía son del President Mas y de nadie más. Es cierto que los impuestos los retransmite Madrid una vez recaudados, pero la diferencia entre lo obtenido y lo que la capital da a Barcelona no es ni por asomo la que tiene la Comunidad de Madrid. O sea, que esa diferencia abismal, esa dictadura fiscal, es falsa o sustancialmente ridícula. Los catalanes llevan años gobernándose a sí mismo.

Respecto a esto último: la independencia es para los catalanes lo que al resto de españoles les parece el pan y el fútbol: es opio sinuoso y nebuloso que hace que olvidemos los grandes problemas nacionales, estos son, el paro, la corrupción, la insolvencia estatal y la decandecia de la sanidad y la educación. A este respecto, esa imbecilidad de besar una Senyera al tiempo que toda tu familia está en el paro equivale a aplaudir el sueldo de Cristiano Ronaldo mientras vives con tu madre a los cuarenta años porque tu título de Ingiernería vale más bien poco. Y eso se hace en Lérida (Lleida), en Badajoz, en Valencia y en Vallecas. No nos damos cuenta de todo lo (malo) que tenemos en común.

Para acabar, la periodista del TVE Ana Bosh dijo una vez que para evitar que los canadienses de Québec dejaran el país se llegó a decir por parte de la población canadiense, no recuerdo si en carteles o en anuncios, "Os queremos", "¡No os vayáis". ¿Hará falta decirlo? En una democracia pseudofederal como la española tal vez sea necesario que los de Madrid viajen un poco a la tierra de Mas para abrazar  a sus compatriotas y beber su cultura. Suena excesivamante dulce, pero necesitan mimos. Un abrazo democrático. Y una reforma fiscal. Que los catalanes son muchas cosas, pero tontos no son, y cuando tenemos un régimen favorable en Navarra y País Vasco nos quedamos sin justificación para dotar a los catalanes de otro para ellos. ¿Acaso tenemo ojitos derechos?
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