Lineas ParaRelas Es una falta de ortografía con patas.

lunes, 25 de marzo de 2013

Mis hijos son mi propiedad


Sonará extraño, mas considero que en las sociedades actuales la pedagogía y la moral new age están dando baza a una teoría paternalista en la cual los hijos no son sino extensiones de los padres o posesiones suyas. Nunca se tiene en cuenta lo que desea un menos de edad; siempre se supedita a la voluntad de sus padres. Se le imprime al chaval una moral católica/republicana, en primer lugar simplificando el aparato ideológico posible, en segundo lugar, encerrando al muchacho en apenas tres o cuatro conceptos; y finalmente, ideologizando sin más al joven. Ocurre sin embargo que cuando es un profesor el que manipula, el que siembra y riega una idea política polémica, está inmiscuyéndose donde no debe, casi violando un derecho inalienable de los que gozan de ese derecho que es la paternidad.

Los conservadores, empezando por los aguirristas madrileños, creen que la mejor educación para un hijo consiste en acudir al centro de educación que los padres deseen, sin importar la lejanía, el contenido o algo todavía más importante: la voluntad del alumno. Deseamos tener jóvenes maduros, cultos, cívicos y perfectos, pero les impedimos el acceso a la información, el ocio barato y de calidad, o el libre albedrío para escoger su propia escuela. Los infantes son propiedades más de sus padres, extensiones de sus brazos, labradores que sacan por la calle, vacunan y por lo que llegan a matar para poder escoger ellos y no el animal el árbol donde orinar.

Esto es propio del conservadurismo de este país, que considera a los jóvenes individuos vacíos a los que hay que llenar de ideología -religiosa, para hallar sentido a la tragedia de la vida; económica, para poder desenvolverse con soltura en esta sociedad mudable; y social, para aprender a acercarse a un tipo de persona y no cambiar de esfera-. ¿Y la izquierda no hace lo mismo? La educaciónd de valores de los progresistas es tan vomitiva como la otra: inculca la tolerancia, la democracia y el respeto como universales platónicos a digerir junto a los cereales dietéticos y la leche desnatada. Los valores no se aplican mediante el estudio teórico, sino mediante la práctica. Asimismo, la discusión sobre los valores es estúpida: no vale decir un sector de la sociedad -el reaccionario católico- tiene ciertos valores cristianos diferentes de los valores de la izquierda de la ceja: éstos son universales y sujetos a discusión racional, nunca política (estrictamente). El amor y el cuidado de los pobres son máximas de la izquierda y la derecha desde la perspectiva de la lucha de clases y el sacrificio de Cristo.

Educación para la Ciudadanía, quiero decir, fue positiva para la sociedad. Los jóvenes deben saber de las guerras, de la divisón de poderes, de la recesión económica, de las razas de la Tierra -que no son tal, sino accidentes de una especie, la humana, pluriforme-, mas también de ciencias empresariales, aborto, eutanasia, homosexualidad, sexualidad en general... Los temas polémicos en sí son interesantísmos y vitales para los hijos; deben saber que existen y a partir de ahí enjuiciarlos: tal vez viendo varios enfoques y varios dilemas morales, sociales y políticos juntos, en el mismo temario, a pesar de su posible confrontación ideológica, logren superar a sus padre y tener en vista otras cuestiones más importantes (aquí Hegel vendría de perillas para ejemplificar una superación integrando su tesis y su antítesis). Ojalá sea así. Sigo creyendo que Ciu (Ciudadanía, abreviado) fue una buena apuesta, pero también una apuesta pueril y patética en un sistema educativo, el español, condenado al fracaso por ser arma arrojadiza de los sucesivos gobernos y un símbolo de la inoperancia de la casta política. ¿Para cuándo un pacto de Estado?

lunes, 18 de marzo de 2013

El atlas de las nubes



Vi El atlas con la certeza dogmática de que vería un filme filosófico, estrafalario y caótico. En cierta manera, no me equivoqué. Sin embargo, las pretensiones de este hijo de los directores de Matrix distan mucho de otras obras pseudointelectuales, metafísicas y abstractas. Estamos ante historias libres, que no se van a enlazar, y acaso lo hicieran, lo harían mediante nexos sentimentales, nunca argumentales. ¿Qué tiene ésto que ofrecernos? Magníficas crónicas de tiempos difíciles, de personajes atemporales, de dramas que se repiten en la historia, aquéllo es lo que hallaremos en esta cinta de tres horas. Es amilbarado su final, su moraleja, su no-moraleja, su ser lo que no parece que es. Al contrario de lo que se cree, tiene sentido toda la historia, si las juzgamos bien, esto es, por partes, y no en una totalidad. Si hacemos esto último veremos un paño tejido con variopintos colores. Pero será porque analizamos su contendido de cerca. De lejos vemos como todo encaja. Como una orquesta. Pero dejemos la cursilería. Desmenuzemos al clásico.

En primer lugar, El atlas de las nubes es una historia coral desarrollada en varios tiempos, desde el siglo XIX, el principio del siglo XX, a los años setenta, a la actualidad, al futuro próximo y al futuro apocalíptico de más allá del tiempo. La temática aparentemente no es común en todas ellas: la primera de las historias se desarrolla en un barco en el marco de la abolición de la esclavitud; la segunda en la vida de románticos de la época de entreguerras; la tercera en las pesquisas de una periodista impertinente; la tercera en una Inglaterra moderna donde no caben ancianos clásicos; la cuarta en un Seúl distópico con personas-probeta que actúan de esclavos en el mundo, y todo para acabar en un mundo destrozado donde el hombre ha vuelto a sus orígenes de antes de Grecia y Roma.

Como he dicho, el nexo que une las historias es apenas importante: suele ser una canción, un diario, una acción, un sueño... Más que grandes anclajes argumentales o puentes de la trama, yo los consideraría anécdotas para cerrar el círculo y dotar de sentido el esquema completo. Son gracias o curiosidades para volver a ver la película (aunque pueden percibirse todas si se presta atención). Más que estos detalles, lo que vertebra la película es el conjunto de sentimientos de los personajes y sus carácteres. Ya sea por motivos de edición artificiosos o no, los personaje toman decisiones equivocadas, certeras, amorosas, odiosas, morales o inmorales, correctas o incorrectas paralelamente a otros personajes, pero distantes en el tiempo. Esto parece dar la sensación de que el 'amor' y el 'odio' ocupan el mismo tiempo, o ocurren una determinada frecuencia, en una suerte de historicismo hippie redundante intercambiador de energías vitales positivas y negativas. No iré por ahí.


¿Qué decir de ese burgués embarcado junto a un esclavo negro, y de su amistad imposible para la época? ¿Y de la del músico bisexual de vida impertinente, caótico y ordenado solo para sí mismo, tan atormentado como un Frankestein social, y magnífico cocreador de El atlas de las nubes? ¿Qué fue de aquella escena de Tom Hanks y de Helly Berrie en una central nuclear declarándose amor aún a no haberse conocido nunca, sino simplemente reconociendo una variopinta reminiscencia cuanto menos espectucular? ¿Qué tal la muchacha revolucionaria de nombre matemático? Sí, esa que es clónica, pero que no es un androide. Su vida en un mundo tan frío y mecanizado como tememos muchos que será el mañana es la viva imagen de la no claudicación de los personajes, reflejo del hombre en general. Creo que su perspectiva me enamoró porque tiene lo que las otras historias gozan: acción, misterio, romance, ciencia-ficción, elevado al cubo, con grandes efectos y un gran entorno. 

La volveré a ver. Una vez más. Y tal vez otra. Su música, claro, lo merece. ¡La música! Olvidé comentarla. Pero no es tarde.
Tweets por @guillermardos