Vi El atlas con la certeza dogmática de que vería un filme filosófico, estrafalario y caótico. En cierta manera, no me equivoqué. Sin embargo, las pretensiones de este hijo de los directores de Matrix distan mucho de otras obras pseudointelectuales, metafísicas y abstractas. Estamos ante historias libres, que no se van a enlazar, y acaso lo hicieran, lo harían mediante nexos sentimentales, nunca argumentales. ¿Qué tiene ésto que ofrecernos? Magníficas crónicas de tiempos difíciles, de personajes atemporales, de dramas que se repiten en la historia, aquéllo es lo que hallaremos en esta cinta de tres horas. Es amilbarado su final, su moraleja, su no-moraleja, su ser lo que no parece que es. Al contrario de lo que se cree, tiene sentido toda la historia, si las juzgamos bien, esto es, por partes, y no en una totalidad. Si hacemos esto último veremos un paño tejido con variopintos colores. Pero será porque analizamos su contendido de cerca. De lejos vemos como todo encaja. Como una orquesta. Pero dejemos la cursilería. Desmenuzemos al clásico.

Como he dicho, el nexo que une las historias es apenas importante: suele ser una canción, un diario, una acción, un sueño... Más que grandes anclajes argumentales o puentes de la trama, yo los consideraría anécdotas para cerrar el círculo y dotar de sentido el esquema completo. Son gracias o curiosidades para volver a ver la película (aunque pueden percibirse todas si se presta atención). Más que estos detalles, lo que vertebra la película es el conjunto de sentimientos de los personajes y sus carácteres. Ya sea por motivos de edición artificiosos o no, los personaje toman decisiones equivocadas, certeras, amorosas, odiosas, morales o inmorales, correctas o incorrectas paralelamente a otros personajes, pero distantes en el tiempo. Esto parece dar la sensación de que el 'amor' y el 'odio' ocupan el mismo tiempo, o ocurren una determinada frecuencia, en una suerte de historicismo hippie redundante intercambiador de energías vitales positivas y negativas. No iré por ahí.
¿Qué decir de ese burgués embarcado junto a un esclavo negro, y de su amistad imposible para la época? ¿Y de la del músico bisexual de vida impertinente, caótico y ordenado solo para sí mismo, tan atormentado como un Frankestein social, y magnífico cocreador de El atlas de las nubes? ¿Qué fue de aquella escena de Tom Hanks y de Helly Berrie en una central nuclear declarándose amor aún a no haberse conocido nunca, sino simplemente reconociendo una variopinta reminiscencia cuanto menos espectucular? ¿Qué tal la muchacha revolucionaria de nombre matemático? Sí, esa que es clónica, pero que no es un androide. Su vida en un mundo tan frío y mecanizado como tememos muchos que será el mañana es la viva imagen de la no claudicación de los personajes, reflejo del hombre en general. Creo que su perspectiva me enamoró porque tiene lo que las otras historias gozan: acción, misterio, romance, ciencia-ficción, elevado al cubo, con grandes efectos y un gran entorno.
La volveré a ver. Una vez más. Y tal vez otra. Su música, claro, lo merece. ¡La música! Olvidé comentarla. Pero no es tarde.
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