Lineas ParaRelas Es una falta de ortografía con patas.

martes, 3 de junio de 2014

La traición de Rosa Díez

Zasca. Ocurrió. Juan Carlos abdicó. En una cortina de humo poselectoral mandó a Rajoy dar el anuncio con el tono de voz anodino. Y se hizo oficial: El Rey renuncia al trono. Por primera vez, alguien renuncia. Dimite. Suena la palabra extraña, aún más cuando no se esperaba y no tenía motivos aparentes para hacerlo. 

Nuestro país es especial. Es para gente que tiene mucho morro, se llama estadista y no lo es. Juan Carlos lo hizo con la mejor intención, pero ve que es inútil ahora y nos deja. No es que fuera un Rey perfecto, pero comparado con la inmesa mayoría de nuestros políticos y sus nefastas tareas y corruptelas, tuvimos al mejor políticos -y único- vitalicio al servicio de todos. Para un republicano jamás será suficiente, sin embargo. Y con razón.

Punto y aparte, piden unos. Coma, sin más, piden otros. Felipe se frota las manos ante la inminente prisa burocrática de la cámara legislativa. La corona está caliente. Le llegará pronto. Mas ¿y la voluntad popular? ¿qué fue de la democracia directa? ¿Queremos monarquía? ¿Hay certeza?

En España las leyes se hacen rápido y mal, siempre mirando a una campaña electoral y raramente mirando en lo extenso del futuro. La monarquía ha sido un parche ante nuestra incontrolable tentencia a matarnos unos a otros por cada régimen político entrante. Por cuarenta años de tranquilidad que hemos tenido se ha dejado para el final, de forma torpe y adolescente, la cuestión de la sucesión. 

El Partido Socialista intenta remarcarse como de izquierdas, pero sus bases republicanas aúllan en la tumba del viejo Pablo Iglesias cuando Rubalcaba da la bienvenida a Felipe VI. No es cuestión de ser de izquierdas o derechas, monárquico o republicano, sino de ser coherentes. Somos demócratas y no dejamos votar. Somos independentistas catalanes y queremos república española. Los partidos en su ignorada o deliberada incoherencia se están suicidando.
El pasotismo de este país tiene su máximo punto en las bases de los partidos. Los portavoces de los mismos atribuyen a toda velocidad la voluntad de su militancia a su voz, y defienden la continuidad del hijo del Juan Carlos I como si no se pudiera, debiera o soñara con poder preguntar a la militancia y la ciudadanía por algo tan trivial, y tan importante, como el tipo de Estado que queremos. La democracia de este país es partidocracia; ya antes se elegían candidatos a dedos y no por primarias, y ahora se eligen reyes por parlamentos caducos temblorosos de miedo por un futurible parlamento lleno de rojos republicanos.

Y en medio del huracán de la llamada Segunda Transición, Rosa Díez y UPyD alega que la forma del estado es menos importante que la sustancia del problema: tener buena monarquía o buena república es más importante que tener república o monarquía. Sabias palabras que visto a mal sirven para no mojarse. Participarán en el debate, de haberse, siempre que no sea en caliente y sea profundo. Pero, ¿y la decisión? ¿Dónde dejó Díez de ser progresista para ser constitucionalista? Decepciona ver que todos son expertos en abogacía, sabedores de los entresijos de los códigos penales y constitucionales. Adoran las leyes con pleitesía y son incapaces de ver allende el ámbito legal. La ética para ellos es la Luna. Y vivimos en el Averno de normas y más normas. Estabilidad ante todo. Que nada cambie. Todo debe ser igual para que no cunda el caos.

¿Y cuando se fragmenten los partidos mayoritarios qué harán? ¿Y cuándo las manifestaciones ensordezcan la coronación a quién escucharán? ¿A qué esperan para reaccionar estos señores?

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