Ignorar el nombre del hombre y transformarlo en cifra, ése es el trabajo de la economía frenética, que busca números y más números. Se olvidan los nombres (los individuos), y los apellidos (la familia), y se vuelve a un vértice infantil de autoritarismo rígido y frígido: es la dinámica del hacer-por-hacer, del miedo a la pausa breve para charlar intrascendentalmente. ¿Qué hacemos? Trabajar. ¿Y mañana? Quizás, también. O puede que el mañana no llegue porque otro número, otro supuesto «humano» te haya robado el puesto de trabajo.
Pregúntate siempre el por qué y descubrirás demonios en las estatuas de bronce que adoramos.
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